HAMBRE REAL Y HAMBRE EMOCIONAL:

Diferenciar entre estos dos tipos de hambre parece más difícil de lo que en realidad es, ya que cuando somos niños traemos esa destreza innata y es con el paso del tiempo cuando nos vamos desconectando de nuestro cuerpo y nos es más difícil interpretar las señales que éste nos envía. Cuando el cuerpo no demanda alimento no está preparado para digerir ni asimilar los nutrientes de forma adecuada.No se segregan enzimas digestivas ni ácido clorhídrico ni hay movimientos peristálticos y las células no están preparadas para absorver los nutrientes.

Muchas veces creemos que la sensación de vacío en estómago y el rugir de las tripas es hambre y, como lo tenemos tan asociado, nos ponemos a comer. Pero realmente ese sonido es producido por aire que se mueve en el estómago y en el intestino cuando se produce su vaciado y limpieza, tan importante y necesaria para estos órganos. Por tanto, comer en ese momento no es lo ideal, sino que es muy beneficioso dejar que ese proceso tenga lugar y se puede beber agua para calmar dicha sensación de malestar pero ingerir alimento no es recomendable.

El hambre real, por suerte en nuestra sociedad, no la conocemos como tal o casi nadie la ha experimentado. Me refiero al hambre "celular" en la que nuestro cuerpo necesita los nutrientes para funcionar por haber consumido las reservas del organismo, que son muchas, pues el ser humano está mucho más adaptado a la escasez de alimento que a la abundancia.

Sin embargo, habitualmente comemos por la creencia de que es necesario comer mucho y varias veces al día, además de por pensar que al aparecer la sensación de debilidad o mareo necesitamos nutrientes cuando en la mayoría de los casos es un proceso de equilibrio y homeostasis que hace el cuerpo en los momentos de ayuno para regular y depurar.

Las emociones también desempeñan un papel complejo. Influyen en la elección de la dieta y en la utilización de los nutrientes por parte del cuerpo. De hecho, quizás la razón más importante por la que una nutrición óptima no sea aplicada universalmente sea que comer tiene tantas connotaciones emocionales. Para muchas personas, la comida y el alimento están relacionados con los estados emocionales de placer, dolor, recompensa, castigo, etc.

Todos nosotros tenemos asociaciones agradables y desagradables con los alimentos y nos resistimos a cambiar esas asociaciones. Como resultado de eso, la persona normal a menudo piensa que la nutrición adecuada significa dejar los alimentos que emocionalmente favorecen y comer aquellos que odian, cuando lo que hay que hacer es buscar un equilibrio.

Ciertos alimentos hacen estragos en el nivel de azúcar de la sangre, haciendo que las personas pasen por periodos de depresión e irritabilidad. Otros alimentos convierten a niños tranquilos en ruidosos e hiperactivos. Es obvio que la nutrición desempeña un papel vital en nuestra salud mental y emocional. Al estudiar este papel en detalle, podemos descubrir la dieta óptima y las actitudes mentales y emocionales adecuadas que fomentan la salud total en el individuo.

Depresiones, preocupación, nerviosismo, ansiedad, tensión y otras emociones negativas todas ellas están basadas en la emoción básica del miedo. La preocupación es miedo a lo desconocido; la ansiedad es miedo de situaciones próximas; la tensión es miedo a la gente o exigencias que la gente hace; el nerviosismo es miedo a la propia incapacidad de uno mismo para hacer frente de forma adecuada a las responsabilidades de la vida diaria, etc.

El alimento no puede digerirse o asimilarse cuando se tiene miedo. Si comemos cuando estamos preocupados, deprimidos, tensos o temerosos, el sistema digestivo no puede manejar el alimento de forma adecuada. Puede ser sólo parcialmente digerido y acabar fermentando o pudriéndose en el estómago.

Nunca deberíamos comer cuando estamos alterados emocionalmente o "de mal humor." Si estamos molestos en cuerpo o mente, no deberíamos comer hasta que nos sintamos mejor y recobremos nuestro equilibrio. Más aún, no es una buena idea tratar de comer mientras conducimos, discutimos de negocios o problemas personales, leyendo noticias preocupantes, viendo la televisión o en cualquier situación que pueda dar origen a emociones intensas.

Cuando nos sentimos positivos sobre nosotros mismos y nuestro entorno, saboreamos nuestro alimento más y lo asimilamos más fácilmente. Rodearnos de buena compañía, conversación agradable y un entorno saludable hace de comer un placer, y la digestión progresa fácilmente.

Hasta cierto punto, todos nuestros gustos o aversiones alimenticias se basan en nuestras emociones. Pocas personas comemos guiándonos por razones puramente racionales, ni es necesario hacerlo así. Lo que es necesario, no obstante, es ser conscientes del papel que las emociones desempeñan en nuestras elecciones alimenticias. Si vamos a comer ciertos alimentos que no son convenientes para la salud debido a un estado emocional alterado, deberíamos ser conscientes de nuestro comportamiento y tratar de abordar nuestros problemas de otra manera además de la comida.

No sólo nuestras elecciones alimenticias están determinadas en gran parte por nuestras emociones sino también lo está la cantidad de alimentos que comemos y la manera en qué lo comemos. Cuando estamos estresados o nerviosos, tendemos a engullir los alimentos, comiendo "deprisa y corriendo" y apenas dejando tiempo para masticar nuestro alimento como es debido.

Al igual que el que come en exceso, el que hace dietas o el que come poco sufren generalmente de problemas emocionales y psicológicos. El fenómeno de la "anorexia nerviosa" -hacer dieta hasta la inanición - se ha convertido en un problema cada vez más común, sobre todo entre las mujeres jóvenes.

Mientras que comer en exceso a menudo proviene de un deseo de "recompensarse," comer poco es a menudo un intento por "castigarse" a uno mismo y a las personas que viven alrededor del que come poco (sobre todo a los padres en casos de trastornos graves como anorexia o bulimia ).

En conclusión, sabemos que el hambre emocional surge de la necesidad de llenar un vacío, del tipo que sea, y a veces la comida puede convertirse en una adicción igual de grave que el alcohol, drogas, etc e incluso más difícil de superar porque está bien visto socialmente.

La clave es detectar el vacío que queremos llenar y trabajar la emoción para solucionar el problema desde la raíz. Además hay que trabajar la escucha al cuerpo y comer cuando realmente aparece el hambre física, preguntando a nuestro cuerpo qué alimento necesita para conseguir el objetivo fundamental por el que el ser humano ha de alimentarse: COMER PARA NUTRIRSE.